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A leer =) Posdata: te amo

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Mensaje  Fogony Mar Dic 02, 2008 3:00 am

Buenas

Pues la lectura es importantisima, aprendemos muchas cosas y mejoramos en aspectos distintos. Sin duda la lectura es importante en nuestra vida cotidiana y leemos muy poco, por eso pondre un libro aqui, lo subire poco a poco, asi, sin darse cuenta, pronto lo termianran leyendo.

Este libro es muy bueno, en lo personal me gusto mucho, maneja de todo, buen libro para comenzar =)






POSDATA:
TE AMO
Cecelia Ahern
Fogony
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Mensaje  Fogony Mar Dic 02, 2008 3:05 am

CAPÍTULO 1

Holly
hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeó de
inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el
corazón. Le subió un hormigueo por el cogote y un nudo en la garganta amenazó
con asfixiarla. Le entró el pánico. Aparte del leve murmullo del frigorífico y
de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa reinaba el silencio.
Estaba sola. Tuvo una arcada de bilis y corrió al cuarto de baño, donde cayó de
rodillas ante el retrete.

Gerry se había ido y jamás regresaría. Ésa era la realidad. Nunca
volvería a acariciar la suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una
broma con él durante una cena con amigos, a lloriquearle al llegar a casa tras
una dura jornada en el trabajo porque necesitaba algo tan simple como un
abrazo; nunca volvería a compartir la cama con él, ni la despertarían cada
mañana sus ataques de estornudos, ni reiría con él hasta dolerle la barriga,
nunca volverían a discutir sobre a quién le tocaba levantarse para apagar la
luz del dormitorio. Lo único que le quedaba eran un puñado de recuerdos y una
imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga.

Su plan había sido muy sencillo: pasar juntos el resto de sus vidas. Un
plan que todo su círculo consideró de lo más factible. Nadie dudaba de que
fueran grandes amigos, amantes y almas gemelas destinadas a estar juntas. Pero
dio la casualidad de que un día el destino cambió de parecer.

El final había llegado demasiado pronto. Después de quejarse de una
migraña durante varios días, Gerry se avino a seguir el consejo de Holly y fue
a ver a su médico. Lo hizo un miércoles, aprovechando la hora del almuerzo. El
médico pensó que el dolor de cabeza se debía al estrés o al cansancio y
aventuró que en el peor de los casos quizá necesitase usar gafas. A Gerry no le
gustó nada aquello.

Le molestaba la idea de tener que usar gafas. No debería haberse
preocupado, pues resultó que su problema no residía en los ojos, sino en el
tumor que estaba creciendo en su cerebro.

Holly tiró de la cadena del retrete y, temblando por lo frías que
estaban las baldosas del suelo, se puso de pie. Gerry sólo tenía treinta años.
Ni mucho menos había sido el hombre más sano de la Tierra, pero había gozado de
suficiente salud para... bueno, para llevar una vida normal. Cuando ya estaba
muy enfermo, bromeaba a propósito de haber vivido con demasiada prudencia.
Debería haber tomado drogas, haber bebido y viajado más, tendría que haber
saltado de aviones y depilarse las piernas en plena caída.

La lista seguía. Aunque él se riera de todo eso, Holly veía pesar y
arrepentimiento en sus ojos. Arrepentimiento por las cosas para las que nunca
había sabido tener tiempo, los lugares que nunca había visitado, y pesar por la
pérdida de experiencias futuras. ¿Acaso lamentaba la vida que había llevado con
ella? Holly jamás dudó de que la amara, pero temía que tuviera la impresión de
haber desperdiciado un tiempo precioso.

Hacerse mayor se convirtió en algo que Gerry deseaba desesperadamente
lograr, dejando así de ser un hecho inevitable y temido. ¡Qué presuntuosos
habían sido ambos al no considerar nunca que hacerse mayor constituyese un
logro y un desafío! Los dos habían querido evitar envejecer a toda costa.

Holly vagaba de una habitación a otra mientras sorbía lagrimones salados.
Tenía los ojos enrojecidos e irritados y la noche parecía no tener fin. Ningún
lugar en la casa le proporcionaba el menor consuelo. Los muebles que
contemplaba sólo le devolvían inhóspitos silencios. Anheló que el sofá tendiera
los brazos hacia ella, pero tampoco éste se dio por aludido.

A Gerry no le hubiese gustado nada esto, pensó. Exhaló un hondo suspiro,
se enjugó las lágrimas y procuró recobrar un poco de sentido común. No, a Gerry
no le hubiese gustado en absoluto.

Igual que cada noche durante las últimas semanas, Holly se sumió en un
profundo sueño poco antes del alba. Cada día despertaba incómodamente
repantingada en un lugar distinto; hoy le tocó el turno al sofá. Una vez más,
fue la llamada telefónica de un familiar o un
amigo preocupado la que la despertó. Probablemente pensaran que no hacía más
que dormir. ¿Por qué no la llamaban mientras vagaba con desgana por la casa
como un zombi, registrando las habitaciones en busca de... de qué? ¿Qué
esperaba encontrar?

—¿Diga? —contestó adormilada. Tenía
la voz ronca de tanto llorar, pero ya hacía bastante tiempo que no se molestaba
en disimular. Su mejor amigo se había ido para siempre y nadie parecía
comprender que ninguna cantidad de maquillaje, de aire fresco o de compras iba
a llenar el vacío de su corazón.
—Oh, perdona, cariño, ¿te he
despertado? —preguntó la voz inquieta de su madre a través de la línea.

Siempre la misma conversación.
Cada mañana su madre llamaba para ver si había sobrevivido a la noche en
soledad. Siempre temerosa de despertarla no obstante, aliviada al oírla
respirar; a salvo al constatar que su hija se había enfrentado a los fantasmas
nocturnos.
—No, sólo estaba echando una
cabezada, no te preocupes. Siempre la misma respuesta.
—Tu padre y Decían han salido y estaba pensando en
ti, cielo.

¿Por qué aquella voz tranquilizadora y comprensiva
conseguía siempre que se le saltaran las lágrimas? Imaginaba el rostro
preocupado de su madre, el ceño fruncido, la frente arrugada por la inquietud.
Pero eso no sosegaba a Holly. En realidad hacía que recordara por qué estaban
preocupados y que no deberían estarlo. Todo tendría que ser normal. Gerry
debería estar allí junto a ella, poniendo los ojos en blanco e intentando
hacerla reír mientras su madre le daba a la sinhueso. Un sinfín de veces Holly
había tenido que pasarle el teléfono a Gerry, incapaz de contener el ataque de
risa. Entonces él seguía la charla, ignorando a Holly mientras ésta daba
brincos alrededor de la cama, haciendo muecas y bailes estrafalarios para
captar su atención, cosa que rara vez conseguía.

Siguió toda la conversación contestando casi con
monosílabos, oyendo sin escuchar una sola palabra.
—Hace un día precioso, Holly. Te
sentaría la mar de bien salir a dar un paseo. Respirar un poco de aire fresco.
—Sí... Supongo que sí. —Otra vez
el aire fresco, la presunta solución a sus problemas.
—Igual paso por ahí más tarde y
charlamos un rato.
—No, gracias, mamá. Estoy bien.

Silencio.
—Bueno, pues nada... Llámame si
cambias de idea. Estoy libre todo el día.
—De acuerdo. Otro silencio.
—Gracias de todos modos —agregó Holly.
—De nada. En fin... Cuídate,
cariño.
—Lo haré.

Holly estaba a punto de colgar
el auricular pero volvió a oír la voz de su madre.
—Ah, Holly, por poco me olvido.
Ese sobre sigue aquí, ya sabes, ese que te comenté. Está en la mesa de la
cocina. Lo digo por si quieres recogerlo. Lleva aquí semanas y puede que sea
importante.
—Lo dudo mucho. Lo más probable
es que sea otra tarjeta de pésame.
—No, me parece que no lo es,
cariño. La carta va dirigida a ti y encima de tu nombre pone... Espera, no
cuelgues, que voy a buscarla...

Holly oyó el golpe seco del
auricular, el ruido de los tacones sobre las baldosas alejándose hacia la mesa,
el chirrido de una silla arrastrada por el suelo, pasos cada vez más fuertes y
por fin la voz de su madre al coger de nuevo el teléfono.
—¿Sigues ahí?
—Sí.
—Muy bien, en la parte superior
pone «la lista». No sé muy bien qué significa, cariño. Valdría la pena que le
echaras...

Holly dejó caer el teléfono.


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Mensaje  Clyne Mar Dic 02, 2008 4:00 am

TOT aww.. de esashistorias k me hacen llorar rios

apenas comenze y no pude dejar de leerlo xD

fue pokitito pero bien k me dejo en suspenso esta buenisima esta lectura ;o;
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Mensaje  Fogony Mar Dic 02, 2008 8:02 am

CAPÍTULO 2


—¡Gerry, apaga la luz!

Holly reía tontamente mientras miraba a su marido
desnudarse delante de ella. Éste bailaba por la habitación haciendo un
striptease, desabrochándose lentamente la camisa blanca de algodón con sus
dedos de pianista. Arqueó la ceja izquierda hacia Holly y dejó que la camisa le
resbalara por los hombros, la cogió al vuelo con la mano derecha y la hizo
girar por encima de la cabeza. Holly rió otra vez.
—¿Que apague la luz? ¡Qué dices! ¿Y perderte todo
esto?

Gerry sonrió con picardía mientras flexionaba los músculos.
No era un hombre vanidoso aunque tenía mucho de lo que presumir, pensó Holly.
Tenía el cuerpo fuerte y estaba en plena forma, las piernas largas y musculosas
gracias a las horas que pasaba haciendo ejercicio en el gimnasio. Su metro
ochenta y cinco de estatura bastaba para que Holly se sintiera segura cuando él
adoptaba una actitud protectora junto a su cuerpo de metro setenta y siete. No
obstante, lo que más le gustaba era que al abrazarlo podía apoyar la cabeza
justo debajo del mentón, de modo que notase el leve soplido de su aliento en el
pelo haciéndole cosquillas.

El corazón le dio un brinco cuando se bajó los
calzoncillos, los atrapó con la punta del pie y los lanzó hacia ella,
aterrizando en su cabeza.
—Bueno, al menos aquí debajo está más oscuro. —Holly
se echó a reír.

Siempre se las arreglaba para
hacerla reír. Cuando llegaba a casa, cansada y enojada después del trabajo, él
se mostraba comprensivo y escuchaba sus lamentos. Rara vez discutían, y cuando
lo hacían era por estupideces que luego les hacían reír, como quién había
dejado encendida la luz del porche todo el día o quién se había olvidado de
conectar la alarma por la noche.

Gerry terminó su striptease y se
zambulló en la cama. Se acurrucó a su lado, metiendo los pies congelados debajo
de sus piernas para entrar en calor. —¡Aaay! ¡Gerry, tienes los pies como
cubitos de hielo! —Holly sabía que aquella postura significaba que no tenía
intención de moverse un centímetro—. Gerry...
—Holly.. —la imitó él.
—¿No te estás olvidando de algo?
—Creo que no —contestó Gerry con
picardía.
—La luz.
—Ah, sí, la luz —dijo con voz
soñolienta, y soltó un falso ronquido.
—¡Gerry!
—Anoche tuve que levantarme a
apagarla, si no recuerdo mal —arguyó Gerry.
—Sí, ¡pero estabas de pie justo
al lado del interruptor hace un segundo!
—Sí... hace un segundo —repitió
él con voz soñolienta.

Holly suspiró. Detestaba tener
que levantarse cuando ya estaba cómoda y calentita en la cama, pisar el suelo
frío de madera y luego regresar a tientas y a ciegas por la habitación a
oscuras. Chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
—No puedo hacerlo siempre yo,
¿sabes, Hol? Quizás algún día yo no esté aquí y... ¿qué harás entonces?
—Pediré a mi nuevo marido que lo
haga —contestó enfurruñada, tratando de apartar a patadas sus pies fríos.
¡Ja!
—O me acordaré de hacerlo yo
misma antes de acostarme —añadió Holly.

Gerry soltó un bufido.
—Dudo mucho que así sea, amor
mío. Tendré que dejarte un mensaje al lado del interruptor antes de irme para
que no se te olvide.
—Muy amable de tu parte, aunque
preferiría que te limitaras a dejarme tu dinero —replicó Holly.
—Y una nota en la caldera de la
calefacción —prosiguió Gerry. —Ja, ja.
—Y en el cartón de la leche.
—Eres muy gracioso, Gerry.
—Ah, y también en las ventanas,
para que no las abras y se dispare la alarma por las mañanas.
—Oye, si crees que sin ti seré
tan incompetente, ¿por qué no me dejas en tu testamento una lista de las cosas
que tengo que hacer?
—No es mala idea —dijo Gerry, y
se echó a reír.
—Muy bien, entonces ya apago yo
la maldita luz.

Holly se levantó de la cama a
regañadientes, hizo una mueca al pisar el gélido suelo y apagó la luz. Tendió
los brazos en la oscuridad y avanzó lentamente de regreso a la cama.
—¿Hola? Holly, ¿te has perdido?
¿Hay alguien ahí? ¿O ahí? ¿O ahí? —vociferó Gerry a la habitación a oscuras.
—Sí, estoy... ¡Ay! —gritó Holly
al golpearse un dedo del pie contra la pata de la cama—. ¡Mierda, mierda,
mierda! ¡Que te jodan, gilipollas! Gerry soltó una risa burlona debajo del
edredón.
—Número dos de mi lista: cuidado
con la pata de la cama...
—Oh, cállate, Gerry, y deja de
ponerte morboso —le espetó Holly, tocándose el pie con la mano.
—¿Quieres que te lo cure con un
beso? —preguntó Gerry.
—No, ya está bien —respondió
Holly con impostada tristeza—. Bastará con que los meta aquí para
calentarlos...
—¡Aaah! ¡Jesús, están helados!
Holly rió de nuevo.

Así fue como surgió la broma de
la lista. Era una idea simple y tonta que no tardaron en compartir con sus
amigos más íntimos, Sharon y John McCarthy. Era John quien había abordado a
Holly en el pasillo del colegio cuando sólo tenían catorce años para farfullar
la frase famosa: «Mi colega quiere saber si saldrías con él.» Tras días de
incesante debate y reuniones de urgencia con sus amigas, Holly finalmente
accedió. «Oh, venga, Holly—la había apremiado Sharon—, está como un tren, y al
menos no tiene la cara llena de granos como John.»

Cuánto envidiaba Holly a Sharon
ahora mismo. Sharon y John se casaron el mismo año que ella y Gerry. Con
veintitrés años, Holly era la benjamina del grupo; el resto tenía veinticuatro.
Alguien dijo que era demasiado joven y la sermoneó insistiendo en que, a su
edad, debería ver mundo y disfrutar de la vida. En vez de
eso, Gerry y Holly recorrieron juntos el mundo. Tenía mucho más sentido hacerlo
así, ya que cuando no estaban... juntos, Holly sentía como si a su cuerpo le
faltara un órgano vital.

El día de la boda distó mucho de ser el mejor de su
vida. Como casi todas las niñas, había soñado con una boda de cuento de hadas,
con un vestido de princesa y un hermoso día soleado en un lugar romántico,
rodeada de sus seres queridos. Imaginaba que la recepción sería la mejor noche
de su vida y se veía bailando con todos sus amigos, siendo la admiración de la
concurrencia y sintiéndose alguien especial. La realidad fue bastante distinta.

Despertó en el hogar familiar a los gritos de «¡No
encuentro la corbata!» (su padre) y «¡Tengo el pelo hecho un asco!» (su madre).
Y el mejor de todos: «¡Parezco una vaca lechera!' ¡Cómo voy a asistir a esta
puñetera boda con este aspecto! ¡Me moriría de vergüenza! ¡Mamá, mira cómo
estoy! Holly ya puede ir buscándose otra dama de honor porque, lo que es yo, no
pienso moverme de casa. ¡Jack, devuélveme el puto secador, que aún no he
terminado!» (Esta inolvidable declaración salió de la boca de su hermana menor,
Ciara, a quien cada dos por tres le daba un berrinche y se negaba a salir de la
casa, alegando que no tenía nada que ponerse, pese a que su armario ropero
estaba siempre atestado. En la actualidad vivía en algún lugar de Australia con
unos desconocidos y la única comunicación que la familia mantenía con ella se
reducía a un e—mail cada tantas semanas.) La familia de Holly pasó el resto de
la mañana intentando convencer a Ciara de que era la mujer más guapa del mundo.
Mientras tanto, Holly fue vistiéndose en silencio, sintiéndose peor que mal.
Finalmente, Clara aceptó salir de la casa cuando el padre de Holly, un hombre
de talante tranquilo, gritó a pleno pulmón para gran asombro de todos:

—¡Ciara, hoy es el puñetero día de Holly, no el
tuyo! ¡Y vas a ir a la boda y vas a pasarlo bien, y cuando Holly baje por esa
escalera le dirás lo guapa que está, y no quiero oírte rechistar más en todo el
día!

De modo que cuando Holly bajó todos exclamaron
embelesados, mientras Ciara, que parecía una cría de diez años que acabara de
recibir una azotaina, la miró con ojos empañados y labios temblorosos y dijo:
—Estás preciosa, Holly.


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Mensaje  Fogony Miér Dic 03, 2008 7:43 am

Los siete se hacinaron en la limusina: Holly, sus padres, sus tres
hermanos y Ciara, todos guardando un aterrado silencio durante el trayecto
hasta la iglesia. Aquella jornada era ya un vago recuerdo. Apenas había tenido
tiempo de hablar con Gerry, pues ambos eran reclamados sin tregua en
direcciones distintas para saludar a la tía abuela Betty, surgida de no se
sabía dónde, y a la que no había vuelto a ver desde su bautizo, y al tío abuelo
Toby de América, a quien nadie había mencionado hasta la fecha, pero que de
repente se había convertido en un miembro muy importante de la familia.

Desde luego, nadie la había prevenido de lo agotador que sería. Al final
de la noche le dolían las mejillas de tanto sonreír para las fotografías y
tenía los pies destrozados después de andar todo el día de aquí para allá
calzada con unos ridículos zapatitos que no estaban hechos para caminar. Se
moría de ganas de sentarse a la mesa grande que habían dispuesto para sus
amigos, quienes habían estado partiéndose el pecho de risa durante toda la
velada, pasándolo en grande. En fin, al menos alguien había disfrutado del
acontecimiento, pensó entonces. Ahora bien, en cuanto puso un pie en la suite
nupcial con Gerry, las preocupaciones del día se desvanecieron y todo quedó
claro.

Las lágrimas corrían de nuevo por el rostro de Holly, que de pronto cayó
en la cuenta de que había vuelto a soñar despierta. Seguía sentada inmóvil en
el sofá con el auricular del teléfono aún en la mano. Últimamente perdía a
menudo la noción del tiempo y no sabía qué hora ni qué día era. Parecía como si
viviera fuera de su cuerpo, ajena a todo salvo al dolor de su corazón, de los
huesos, de la cabeza. Estaba tan cansada... Las tripas le temblaron y se dio
cuenta de que no recordaba cuándo había comido por última vez. ¿Había sido
ayer?

Fue hasta la cocina arrastrando los pies, envuelta en el batín de Gerry
y calzada con las zapatillas «Disco Diva» de color rosa, sus favoritas, las que
Gerry le había regalado la Navidad anterior. Ella era su Disco Diva, solía
decirle. Siempre la primera en lanzarse a la pista, siempre la última en salir
del club. ¿Dónde estaba esa chica ahora? Abrió la nevera y contempló los
estantes vacíos. Sólo verduras y un yogur que llevaba siglos caducado y
apestaba. No había nada que comer. Agitó el cartón de leche con un amago de
sonrisa. Vacío. Lo tercero en la lista...

En la Navidad de hacía dos años Holly había salido con Sharon a comprar
un vestido para el baile anual al que solían asistir en el Hotel Burlington. Ir
de compras con Sharon siempre entrañaba peligro, y John y Gerry habían bromeado
sobre cómo tendrían que volver a sufrir una Navidad sin regalos por culpa de
las alocadas compras de las chicas. Y no se equivocaron de mucho. Pobres
maridos desatendidos, los llamaban siempre ellas.

Aquella Navidad Holly gastó una cantidad vergonzosa de dinero en Brown
Thomas para adquirir el vestido blanco más bonito que había visto en la vida.
—Mierda, Sharon, esto dejará un agujero tremendo en mi bolsillo —dijo
Holly con aire de culpabilidad, mordiéndose el labio y acariciando la suave
tela con la yema de los dedos.
—Bah, no te preocupes, deja que Gerry lo zurza —repuso Sharon, y soltó
una de sus típicas risas socarronas—. Y deja de llamarme «mierda, Sharon», por
favor. Cada vez que salimos de compras te diriges a mí así. Sé más cuidadosa o
empezaré a ofenderme. Compra el puñetero vestido, Holly. Al fin y al cabo,
estamos en Navidad, es la época de los regalos y la generosidad.
—Por Dios, mira que eres mala, Sharon. No volveré a ir de compras
contigo. Esto equivale a la mitad de mi paga mensual. ¿Qué voy a hacer el resto
del mes?
—Vamos a ver, Holly. ¿Qué prefieres?, ¿comer o estar fabulosa? ¿Acaso
era preciso pensarlo dos veces?
—Me lo quedo —dijo Holly con entusiasmo a la dependienta.

El vestido era muy escotado, por lo que mostraba perfectamente el pecho
menudo pero bien formado de Holly, y tenía un corte hasta el muslo que exhibía
sus piernas esbeltas. Gerry no había podido quitarle el ojo de encima. Aunque
no fue por lo guapa que estaba, sino porque no acertaba a comprender cómo
diablos era posible que aquel pedazo de tela minúsculo pudiera ser tan caro.
Una vez en el baile, la señorita Disco Diva se excedió en el consumo de bebidas
alcohólicas y consiguió destrozar su vestido, derramando una copa de vino tinto
en la parte delantera. Holly intentó sin éxito contener el llanto mientras los
hombres de la mesa informaban a sus parejas, arrastrando las palabras, de que
el número cincuenta y cuatro de la lista prohibía beber vino tinto si llevaban
un vestido caro de color blanco. Entonces decidieron que la leche era la bebida
preferida, puesto que no resultaría visible si se derramaba sobre un vestido
caro de color blanco.

Poco después, cuando Gerry volcó su jarra de cerveza, haciendo que
chorreara por el borde de la mesa hasta el regazo de Holly, ésta anunció
llorosa pero muy seria a la mesa (y a algunas de las mesas vecinas):
—Regla cincuenta y cinco de la lista: nunca jamás compres un vestido
caro de color blanco.

Y así se acordó, y Sharon despertó de su coma en algún lugar de debajo
de la mesa para aplaudir la moción y ofrecer apoyo moral. Hicieron un brindis
(después de que el desconcertado camarero les hubiese servido una bandeja llena
de vasos de leche) por Holly y su sabia aportación a la lista.
—Siento lo de tu vestido caro de color blanco, Holly—había dicho John,
hipando antes de caer del taxi y llevarse a Sharon a rastras hacia su casa.

¿Era posible que Gerry hubiese cumplido su palabra, escribiendo una
lista para ella antes de morir? Holly había pasado a su lado cada minuto de
cada día hasta que falleció, y ni él la mencionó nunca ni ella había visto
indicios de que la hubiese escrito. «No, Holly, cálmate y no seas estúpida.»
Deseaba tan ardientemente que volviera que estaba imaginando toda clase de
locuras. Gerry no habría hecho algo semejante. ¿O sí?
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Mensaje  Fogony Jue Dic 04, 2008 5:11 pm

CAPÍTULO 3



Holly caminaba por un prado cuajado de lirios tigrados. Soplaba una
amable brisa que hacía que los pétalos sedosos le hicieran cosquillas en la
punta de los dedos mientras avanzaba entre los altos tallos de intenso y
brillante verde. Notaba el terreno blando y mullido bajo sus pies descalzos y
sentía el cuerpo tan liviano que casi le parecía estar flotando justo por
encima de la superficie de tierra esponjosa. Alrededor los pájaros entonaban
melodías alegres mientras atendían sus quehaceres. El sol brillaba con tal
intensidad en el cielo despejado que tenía que protegerse los ojos, y con cada
ráfaga de viento que le acariciaba el rostro el dulce aroma de los lirios le
llenaba la nariz. Era tan... feliz, tan libre. Una sensación que le resultaba
del todo ajena últimamente.

De pronto el cielo oscureció cuando el sol caribeño se escondió tras una
enorme nube gris. La brisa arreció y enfrió el aire. Los pétalos de los lirios
tigrados corrían alocadamente llevados por el viento, dificultando la
visibilidad. El suelo mullido se convirtió en un lecho de afilados guijarros
que le arañaban los pies a cada paso. Los pájaros habían dejado de cantar y
estaban posados en las ramas mirándolo todo. Algo iba mal y tuvo miedo. Delante
de ella, a cierta distancia, una piedra gris se erguía visible en medio de la
hierba alta. Quería correr de regreso al hermoso lecho de flores, pero
necesitaba averiguar qué había allí delante.

Cuando estuvo más cerca oyó unos golpes: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Apretó el
paso y acabó corriendo sobre los guijarros, entre la hierba de afilados tallos
que le arañaban brazos y piernas. Cayó de rodillas delante de la losa gris y
soltó un alarido de dolor al descubrir lo que era: la tumba de Gerry. ¡Pum!
¡Pum! ¡Pum! ¡Estaba intentando salir! ¡Estaba llamándola, oía su voz!

Holly despertó del sueño y oyó que alguien aporreaba su puerta. —¡Holly!
¡Holly! ¡Sé que estás ahí! ¡Déjame entrar, por favor!
Confusa y medio dormida, fue a abrir la puerta y encontró a Sharon en un
estado frenético.
—¡Por Dios! ¿Qué estabas haciendo? ¡Llevo siglos llamando
a la puerta! Holly echó un vistazo al exterior, aún adormilada. Brillaba el sol
y hacía un poco de frío, debía de ser por la mañana, muy pronto.
—Bueno, ¿no vas a dejarme entrar?
—Sí, claro, Sharon. Perdona. Me había quedado
dormida en el sofá.
—¡Jesús! Tienes un aspecto horrible, Hol.

Sharon escrutó su semblante antes de darle un fuerte
abrazo.
—Vaya, gracias —dijo Holly, que puso los ojos en blanco y se volvió para
cerrar la puerta.

Sharon no era de las que se andaban con rodeos, pero por eso la quería
tanto, por su sinceridad. Aunque ése era también el motivo por el que no había
ido a verla desde hacía más de un mes. No quería oír la verdad. No quería que
le dijeran que tenía que seguir adelante con su vida; sólo quería... En
realidad no sabía lo que quería. Era feliz sintiéndose desdichada. Le parecía
lo más apropiado. —Dios, aquí falta el aire. ¿Cuánto hace que no abres una
ventana? Sharon recorrió resueltamente la casa, abriendo ventanas y recogiendo
tazas y platos vacíos. Los llevó a la cocina, los metió en el fregadero y se
dispuso a lavarlos.
—Oh, no tienes por qué hacerlo, Sharon —protestó
Holly débilmenteYa lo haré yo...
—¿Cuándo? ¿El año que viene? No quiero que vivas miserablemente mientras
el resto de nosotros finge no darse cuenta. ¿Por qué no vas arriba y te das una
buena ducha? Cuando bajes, tomaremos una taza de té.

Una ducha. ¿Cuándo se había siquiera lavado la cara por última vez?
Sharon tenía razón, debía de presentar un aspecto lamentable con el pelo
grasiento, las raíces oscuras y el batín sucio. El batín de Gerry. Aunque eso
era algo que no tenía la menor intención de lavar. Quería conservarlo
exactamente tal como él lo había dejado. Por desgracia, su olor estaba
empezando a disiparse, dando paso al inconfundible hedor de su propia piel.
—De acuerdo, pero no hay leche —le advirtió Holly—.
No he ido a... De pronto se sintió avergonzada ante lo mucho que había
descuidado la casa y a sí misma.


De ningún modo iba a permitir
que su amiga mirara dentro de la nevera o, de lo contrario, ésta la pondría en
un serio aprieto.
—¡Tachín'. —entonó Sharon,
alzando una bolsa que Holly no había visto al recibirla—. No te preocupes, ya
me he encargado de eso. Al parecer, llevas semanas sin comer.
—Gracias. Sharon. —Se le hizo un nudo en la
garganta y las lágrimas le asomaron a los ojos. Su amiga se estaba portando
demasiado bien con ella. —¡No lo hagas! ¡Hoy nada de lágrimas! Sólo buen rollo,
risas y felicidad, querida amiga. Y ahora, a la ducha. ¡Deprisa!
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Mensaje  Fogony Sáb Dic 06, 2008 7:49 am

Holly se sentía casi un ser humano cuando volvió a
bajar. Se había puesto un chándal azul y llevaba su larga melena rubia (marrón
en las raíces) suelta sobre los hombros. Todas las ventanas de abajo estaban
abiertas de par en par y la brisa fresca le despejó la mente. Fue como desprenderse
de sus malos pensamientos y temores. Rió al contemplar la posibilidad de que, a
fin de cuentas, su madre tuviera razón. Cuando por fin salió del trance, Holly
se quedó atónita al ver cómo estaba la casa. No podía haber pasado más de media
hora, pero Sharon había ordenado y limpiado, había pasado la aspiradora y
ahuecado los cojines, los suelos estaban fregados y todas las habitaciones
olían a ambientador. Oyó ruidos en la cocina, donde encontró a Sharon sacando
brillo a los quemadores. Los mostradores estaban relucientes, los grifos
plateados y el escurridero del fregadero resplandecían.
—¡Sharon, eres un ángel! ¡Es increíble que hayas
hecho todo esto! ¡Y en tan poco rato'.
—Pero si has estado arriba más de una hora. Estaba
empezando a pensar que te habías colado por el desagüe. Lo cual no sería de
extrañar, teniendo en cuenta lo flaca que estás. —Miró a Holly de arriba abajo.

¿Una hora? Una vez más las ensoñaciones de Holly se
habían apoderado de su mente.
—En fin, he comprado un poco de fruta y verdura,
hay queso y yogures y también leche, por descontado. No sé dónde guardas la
pasta y la comida envasada, de modo que las he dejado ahí encima. Ah, y he
metido unos cuantos platos precocinados en el congelador. No tienes más que
calentarlos en el microondas. Con todo esto puedes apañártelas una temporadita,
aunque a juzgar por tu aspecto te durará al menos un año. ¿Cuánto peso has
perdido?

Holly se miró el cuerpo. El chándal le hacía bolsas
en el trasero y, aunque se había anudado el cordón de la cintura al máximo, le
caía hasta las caderas.
Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había adelgazado.
La voz de Sharon la hizo regresar de nuevo a la realidad.
—Hay unas cuantas galletas que puedes tomar con el
té. Jammy Dodgers, tus favoritas.

Aquello fue demasiado para Holly. Las Jammy Dodgers fueron la gota que
colmó el vaso. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Oh, Sharon —susurró—, muchas gracias. Has sido muy buena conmigo
mientras que yo me he portado como la peor de las amigas. —Se sentó a la mesa y
cogió la mano de Sharon—. No sé qué haría sin ti.

Sharon se sentó frente a ella en silencio, dejándola
continuar. Eso era lo que más había horrorizado a Holly, venirse abajo delante
de la gente en cualquier momento. Pero no se sentía avergonzada. Sharon se
limitaba a beber sorbos de té v sostenerle la mano como si fuese lo más normal.
Finalmente las lágrimas dejaron de brotar.
—Gracias.
—Soy tu mejor amiga, Hol. Si no te ayudo yo, ¿quién
va a hacerlo? —dijo Sharon, estrechándole la mano y esbozando una sonrisa
alentadora.
—Supongo que debería valerme por mí misma —aventuró
Holly.
—¡Bah! —espetó Sharon, restándole importancia con un
ademán—. Lo harás cuando estés preparada. No hagas caso a la gente que te diga
que deberías volver a la normalidad en un par de meses. Además, llorar la
pérdida que has sufrido forma parte del proceso de recuperación.

Siempre decía lo más apropiado en cada momento.
—Sí, bueno, pero, sea como fuere, llevo mucho tiempo
haciéndolo. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar —dijo Holly.
—¡Eso es imposible! —replicó Sharon, con una mueca
de disgusto—. Sólo hace dos meses que enterraste a tu marido.
—¡Oh, basta! La gente no parará de decirme cosas por
el estilo, ¿verdad? —Probablemente, pero que les jodan. Hay peores pecados en
el mundo que aprender a ser feliz de nuevo.
—Supongo que tienes razón —concedió Holly.
—Prométeme que comerás—ordenó Sharon. —Lo prometo.
—Gracias por venir a verme, Sharon. De verdad que he
disfrutado con la charla —dijo Holly, abrazando agradecida a su amiga, que
había pedido el día libre en el trabajo para hacerle compañía—. Ya me siento
mucho mejor.
—Como ves, te conviene estar con
gente, Hol. Los amigos y la familia podemos ayudarte. Bueno, en realidad,
pensándolo dos veces, quizá tu familia no pueda—bromeó Sharon—, pero al menos
el resto de nosotros sí.
—Sí, lo sé, ahora me doy cuenta.
Es sólo que creía que sabría manejar la situación por mí misma, y está claro
que no es así.
—Prométeme que irás a verme. O
al menos que saldrás de casa de vez en cuando.
—Prometido. —Holly puso los ojos
en blanco—. Estás empezando a parecerte a mi madre.
—Bueno, todos estamos pendientes de ti. En fin,
hasta pronto —dijo Sharon, y le dio un beso en la mejilla—. iY come! —insistió
pinchándole las costillas.

Holly se despidió de Sharon con la mano cuando el
coche arrancó. Era casi de noche. Habían pasado el día riendo y bromeando sobre
los viejos tiempos, luego llorando, para más tarde volver a reír y al cabo
llorar otra vez. La visita de Sharon también le sirvió para ver las cosas de
forma más objetiva. Holly ni siquiera había reparado que Sharon y John habían
perdido a su mejor amigo, que sus padres habían perdido a su yerno y los de
Gerry a su único hijo. Había estado demasiado ocupada pensando en sí misma. No
obstante, le había sentado muy bien volver a sentirse entre los vivos en lugar
de andar alicaída entre los fantasmas de su pasado. Mañana sería un nuevo día,
estaba dispuesta a iniciarlo yendo a recoger el sobre que le guardaba su madre.
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Mensaje  Fogony Lun Dic 08, 2008 5:15 am

CAPÍTULO 4

La mañana del viernes comenzó con buen pie, levantándose temprano. No
obstante, aunque se había metido en la cama llena de optimismo y entusiasmada
con las perspectivas que le aguardaban, el miedo la asaltó de nuevo ante la
cruda realidad de lo difícil que le resultaría mantener la entereza a cada
instante. Una vez más, despertó en una cama vacía dentro de una casa
silenciosa, si bien se produjo un pequeño avance. Por primera vez desde hacía
más de dos meses se había despertado sin la ayuda de una llamada telefónica.
Amoldó su mente, tal como hacía cada mañana, al hecho de que los sueños de
Gerry y ella juntos que habían vivido en su cabeza durante las últimas diez
horas no eran más que eso: sueños.

Se duchó y se vistió con ropa cómoda, echando mano de sus tejanos
favoritos, zapatillas de deporte y una camiseta rosa claro. Sharon tenía toda
la razón en cuanto a lo del peso, pues los tejanos, que solían irle ajustados,
sólo se mantenían en su sitio con la ayuda de un cinturón. Dedicó una mueca a
su reflejo en el espejo. Estaba fea. Tenía ojeras, los labios agrietados y el
pelo hecho un desastre. Lo primero que debía hacer era ir a su peluquería y
rezar para que pudieran atenderla.

—¡Jesús, Holly! —exclamó Leo, su peluquero, al verla—. Pero ¿has visto
cómo estás? ¡Por favor, abran paso! ¡Abran paso! ¡Llevo a una mujer en estado
crítico! —Le guiñó el ojo y comenzó a apartar gente de su camino. Luego le
ofreció una silla y la obligó a sentarse.
—Gracias, Leo. Ahora sí que me siento atractiva
—masculló Holly, procurando ocultar el rubor de su rostro.
—Pues no deberías porque estás hecha cisco. Sandra,
prepárame la mezcla de costumbre; Colin, trae el papel de aluminio; Tania,
necesito mi bolsita mágica, que está arriba. ¡Ah, y dile a Paul que se vaya
olvidando de almorzar porque cogerá a mi clienta de las doce!

Leo fue dando órdenes a diestro y siniestro sin
dejar de agitar los brazos desaforadamente, como si se dispusiera a efectuar
una operación quirúrgica de urgencia. Y es que quizá fuera así.
—Oh, lo siento, Leo, no pretendía
estropearte el día —se excusó Holly.
—No me vengas con ésas, encanto.
De no ser así, ¿por qué habrías de presentarte aquí de repente un viernes a la
hora del almuerzo sin tener una cita concertada? ¿Para contribuir a la paz
mundial?

Holly se mordió el labio con
aire de culpabilidad.
—En fin, te aseguro que no lo
haría por nadie más que por ti, cariño. —Gracias.
—¿Cómo lo llevas?

Leo apoyó su pequeño trasero en el mostrador de
delante de Holly. Tenía cincuenta años cumplidos y, no obstante, presentaba una
piel tan perfecta y, por descontado, el pelo tan bien cortado que nadie le
hubiese echado más de treinta y cinco. Sus cabellos de color miel realzaban la
tersura de su tez, y siempre vestía de forma impecable. Su mera presencia
bastaba para que cualquier mujer se sintiera horrenda.
—Fatal —admitió Holly.
—Ya. Se te nota.
—Gracias.
—Bueno, al menos para cuando salgas de aquí habrás
resuelto una cosa. Yo me dedico al pelo, no al corazón.


Holly sonrió agradecida por su
peculiar manera de demostrar que la entendía.
—Pero por el amor de Dios, Holly, cuando has
entrado por esa puerta, ¿te has fijado en si ponía «mago» o «peluquero» en el
rótulo de la entrada? Tendrías que haber visto el aspecto que traía una mujer
que ha venido esta mañana. Una anciana vestida de jovencita. Le faltaba poco
para cumplir los sesenta, diría yo. Y va y me pasa una revista con Jennifer
Aniston en la portada. «Quiero tener este aspecto», me dice, muy resuelta.

Holly rió con la imitación. Leo
gesticulaba con la cara y las manos al mismo tiempo.
—«¡Jesús!», le digo yo, «soy peluquero, no cirujano
plástico. Lo único que se me ocurre para que tenga este aspecto es que recorte
la foto y se la grape a la cabeza».
—¡No! ¡Leo! ¡No le habrás dicho eso! La sorpresa
dejó a Holly atónita.
—¡Pues claro que sí! Esa mujer necesitaba que
alguien le abriera los ojos. ¿Acaso no le he hecho un favor? Ha entrado
pavoneándose como una adolescente. ¡Era para verla!
—¿Y qué te ha contestado ella?

Holly lloraba de risa y se enjugó las lágrimas.
Hacía meses que no reía así. —He ido pasando las páginas de la revista hasta
que he dado con una foto maravillosa de Joan Collins. Le he dicho que esa
imagen era ideal para ella y me ha parecido que se quedaba bastante contenta
con eso.
—¡Leo, lo más probable es que estuviera demasiado
aterrada para decirte que la encontraba horrible!
—Bah, y qué más da. Amigas no me faltan.
—Pues no sé por qué será —bromeó Holly.
—No te muevas —ordenó Leo. De repente se había
puesto muy serio y apretaba los labios con gesto de concentración mientras
separaba el pelo de Holly preparándolo para aplicarle el tinte. Aquello bastó
para que ella volviera a desternillarse.
—Oh, vamos, Holly—dijo Leo, exasperado.
—No puedo evitarlo, Leo. ¡Tú has empezado y ahora no
puedo parar! Leo dejó lo que estaba haciendo y la observó con aire divertido.
—Siempre he pensado que estabas como un cencerro. No sé por qué nadie me
escucha nunca.

Holly rió con más ganas aún.
—Oh, lo siento, Leo. No sé qué me pasa, pero no
puedo dejar de reír.

A Holly ya le dolía la barriga de tanto reír y era consciente de las
miradas curiosas que estaba atrayendo hacia sí, pero no podía hacer nada para
evitarlo. Era como si todo lo que no había reído durante los últimos dos meses
le saliera de golpe.

Leo dejó de trabajar y volvió a situarse entre Holly
y el espejo, apoyándose en el mostrador para mirarla.
—No tienes por qué disculparte, Holly. Ríe todo lo
que quieras, dicen que la risa es buena para el corazón.
—Oh, es que hacía siglos que no me reía así
—contestó Holly con una risilla nerviosa.
—Bueno, supongo que no has tenido mucho de lo que
reírte —dijo Leo, sonriendo con tristeza. Él también quería a Gerry. Cada vez
que coincidían se burlaban el uno del otro, pero ambos sabían que bromeaban y
en el fondo se tenían mucho aprecio. Leo apartó tales pensamientos, despeinó
juguetonamente a Holly y le dio un beso en lo alto de la cabeza—. Pronto
estarás bien, Holly Kennedy —le aseguró.

—Gracias, Leo —dijo Holly serenándose, conmovida por
su preocupación. Leo reanudó el trabajo, adoptando de nuevo su divertida mueca
de concentración. Holly volvió a reír.
—Vale, ahora ríete, Holly, pero espera a que sin
querer te deje la cabeza a rayas. Ya veremos quién es el que ríe entonces.
—¿Cómo está Jamie? —preguntó Holly, deseosa de
cambiar de tema para no tener que avergonzarse de nuevo.
—Me abandonó —dijo Leo, pisando agresivamente la
palanca elevadora del sillón. Holly comenzó a ascender mientras Leo la
zarandeaba de mala manera.
—Va ... ya, Le ... o, looo sien...to muuu...cho.
Coooon la bueee...na pareee...ja que hacííí...ais.

Leo dejó la palanca e hizo una pausa.
—Sí, bueno, pues ahora ya no hacemos tan bueee...na
pareee...ja, señorita. Me parece que sale con otro. Muy bien. Voy a ponerte dos
tonos de rubio, uno dorado y el que llevabas antes. De lo contrario te quedará
de ese color tan ordinario que está reservado sólo para las prostitutas.
—Oye, Leo, de verdad que lo siento. Si tiene dos
dedos de frente se dará cuenta de lo que se está perdiendo.
—Creo que no los tiene. Rompimos hace dos meses y
todavía no se ha dado cuenta. O quizá los tenga y esté encantado de la vida.
Estoy harto, no quiero saber nada más de ningún hombre. He decidido volverme
hetero.
—Vamos, Leo. Eso es la estupidez más grande que he
oído en mi vida...

Holly salió del salón de belleza pletórica de alegría. Sin la presencia
de Gerry a su lado, algunos hombres la siguieron con la mirada, lo cual le
resultaba extraño e incómodo, de modo que apretó el paso hasta alcanzar la
seguridad que le brindaba el coche y se preparó para la visita a casa de sus
padres. De momento la jornada iba bien. Había sido un acierto ir a ver a Leo. A
pesar de su desengaño amoroso se había esforzado por hacerla reír. Tomó buena
nota de ello.


Echó el freno de mano frente a la casa de sus padres en Portmarnock y
respiró hondo. Para gran sorpresa de su
madre, Holly le había llamado a primera hora de la mañana para acordar una cita
con ella. Ahora eran las tres y media, y Holly permanecía sentada en el coche
presa del nerviosismo. Aparte de las visitas que sus padres le habían hecho a
lo largo de los últimos dos meses, apenas había dedicado tiempo a su familia.
No quería ser el centro de atención, no quería ser el blanco incesante de
preguntas impertinentes sobre cómo se sentía y qué planes tenía. No obstante,
ya iba siendo hora de aparcar ese temor. Ellos eran su familia.

La casa de sus padres estaba situada en pleno paseo
marítimo ante la plava de Portmarnock, cuya bandera azul daba fe de su
limpieza. Aparcó el coche y contempló el mar al otro lado del paseo. Había
vivido allí desde el día que nació hasta el día en que se mudó para vivir con
Gerry. Siempre le había encantado oír el rumor del mar batiendo las rocas y los
vehementes chillidos de las gaviotas al despertar por las mañanas. Resultaba
maravilloso tener la playa a modo de jardín delantero, sobre todo durante el
verano. Sharon había vivido a la vuelta de la esquina, y en los días más
calurosos del año las niñas se aventuraban a cruzar el paseo luciendo sus
mejores prendas veraniegas y aguzando la vista en busca de los muchachos más
guapos. Holly y Sharon eran la antítesis una de otra. Sharon tenía el pelo
castaño, la piel clara y el pecho prominente. Holly era rubia, de piel cetrina
y más bien plana. Sharon era vocinglera, gritaba a los chicos para captar su
atención. Por su parte, Holly era más dada a guardar silencio y flirtear con la
mirada, contemplando a su muchacho predilecto hasta que éste se daba por
aludido. Lo cierto era que ninguna de las dos había cambiado mucho desde
entonces.

No tenía intención de quedarse mucho tiempo, sólo
el necesario para charlar un poco y recoger el sobre que había decidido que
quizá sí fuese de Gerry. Estaba cansada de fustigarse a sí misma preguntándose
sobre el posible contenido, de modo que había resuelto poner fin a ese
silencioso tormento. Tomó aire, llamó al timbre y esbozó una sonrisa para
causar buena impresión.
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Mensaje  Fogony Mar Dic 09, 2008 3:04 am

—¡Hola, cariño! ¡Entra, entra!
—dijo su madre con aquella encantadora expresión de bienvenida que hacía
que Holly tuviera ganas de besarla cada vez que la veía.
—Hola, mamá. ¿Cómo va todo?
—Holly entró en la casa y de inmediato sintió el reconfortante y familiar olor
de su viejo hogar—. ¿Estás sola?
—Sí, tu padre ha salido conDeclan a comprar pintura para su habitación.
—No me digas que tú y papá seguís
pagando sus gastos...
—Bueno, tu padre puede que sí, pero desde luego yo
no. Ahora trabaja
por las noches, de modo que al menos tiene dinero
para sus gastos personales, aunque no contribuye con un solo penique en los
gastos de la casa.

Rió entre dientes y llevó a Holly hasta la cocina,
donde puso agua a calentar.

Declan era el hermano menor de Holly y el benjamín
de la familia, de modo que sus padres aún se sentían inclinados a mimarlo.
Tendríais que ver a su «niño»: Declan era un chaval de veintidós años que
estudiaba producción cinematográfica y que siempre llevaba una cámara de vídeo
en la mano.
—¿Qué empleo tiene ahora?

Su madre puso los ojos enblanco.
—Se ha incorporado a un grupo de
música. The Orgasmic Fish, creo que se hacen llamar, o algo por el estilo. Estoy hasta la
coronilla de oírle hablar de eso, Holly. Como vuelva a contarme una vez más
quién ha acudido al último concierto y ha prometido ficharlos y lo famosos que
van a ser, me volveré loca.
—Ay, pobre Deco. No te
preocupes, tarde o temprano encontrará algo.
—Ya lo sé, y es curioso, porque de todos vosotros,
mis queridos hijos, es el que menos me preocupa. Ya encontrará su camino.

Se llevaron los tazones al salón y se acomodaron
frente al televisor. —Tienes muy buen aspecto, cariño, me encanta cómo llevas
el pelo. ¿Crees que Leo se dignaría cortármelo a mí o ya soy demasiado vieja
para formar parte de su clientela?
—Bueno, mientras no le pidas que
te haga un corte al estilo de Jennifer Aniston, no creo que tenga
inconveniente.

Holly le refirió la anécdota de
la mujer en el salón de belleza y ambas se echaron a reír.
—En fin, lo último que quiero es
parecerme a Joan Collins, así que me mantendré alejada de él.
—Quizá sea lo más sensato —convino
Holly.
—¿Ha habido suerte en cuanto al
trabajo? —preguntó su madre como de pasada, aunque Holly advirtió que se moría
por saberlo.
—No, todavía no, mamá. A decir
verdad, ni siquiera he comenzado a buscar. No tengo claro qué quiero hacer.
—Haces bien, hija —opinó su madre, asintiendo con
la cabeza—. Tómate el tiempo que sea necesario para decidir qué te gustaría, de
lo contrario acabarás aceptando con prisas un empleo que odiarás, tal como hiciste
la última vez.

Holly se sorprendió al oír esto. Aunque su familia
siempre la había apo
yado a lo largo de los años, se sintió abrumada y
conmovida ante la generosidad de su amor.

El último empleo que Holly había tenido había sido de secretaria de un canalla
implacable en un bufete de abogados. Se había visto obligada a dejar el trabajo
cuando el muy asqueroso fue incapaz de comprender que necesitaba ausentarse del
despacho para atender a su marido agonizante. Ahora tenía que buscar uno nuevo.
Un trabajo nuevo, por supuesto. Por el momento le parecía inimaginable ir a
trabajar por las mañanas.

Mientras se relajaban, Holly y su madre fueron desgranando una larga
conversación durante horas, hasta que por fin Holly se armó de valor y preguntó
por el sobre.
—Oh, por supuesto, cariño, lo había olvidado por completo. Confío en que
no sea nada importante, lleva aquí un montón de tiempo.
—No tardaré en averiguarlo.

Sentada en el montículo de hierba desde el que se dominaba la playa
dorada y el mar, Holly estuvo un rato toqueteando el sobre cerrado. Su madre no
lo había descrito muy bien, pues en realidad no se trataba de un sobre sino de
un grueso paquete marrón. La dirección figuraba mecanografiada en una etiqueta,
por lo que era imposible saber quién la había escrito. Y encima de la dirección
había dos palabras escritas en negrita: LA
LISTA.

Se le revolvió el estómago. Si no era de Gerry Holly finalmente debería
aceptar el hecho de que se había ido, que había desaparecido de su vida por
completo, y tendría que comenzar a pensar en existir sin él. Si era de él, se
vería enfrentada al mismo futuro, pero al menos podría agarrarse a un recuerdo
reciente. Un recuerdo que tendría que durarle toda una vida.

Con dedos temblorosos desgarró el precinto del paquete. Lo puso boca
abajo y lo sacudió para vaciarlo. Cayeron diez sobres diminutos, de los que
suelen encontrarse en un ramo de flores, cada cual con el nombre de un mes
escrito en el anverso. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció la letra
que llenaba la hoja suelta que acompañaba a los sobres.

Era la letra de Gerry.
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Mensaje  Fogony Mar Dic 09, 2008 3:16 am

CAPÍTULO 5

Holly contuvo el aliento y, con los ojos bañados en
lágrimas y el corazón palpitante, leyó la carta manuscrita, sabiendo que la
persona que se había sentado a redactarla nunca podría volver a hacerlo.
Acarició las palabras con la yema de los dedos, consciente que la última
persona que había tocado la hoja de papel era él.

Querida Holly:

No sé dónde estarás ni
en qué momento exacto vas a leer esto. Sólo espero que mi carta te haya
encontrado sana y salva. No hace mucho me susurraste que no podrías seguir
adelante sola, y quiero decirte que sí puedes, Holly.

Eres fuerte y valiente
y podrás superar este trance. Hemos compartido algunos momentos preciosos y has
hecho que mi vida... Has sido mi vida. No tengo nada de lo que arrepentirme.
Pero yo sólo soy un capítulo de tu vida, y habrá muchos más. Conserva nuestros
maravillosos recuerdos, pero, por favor, no tengas miedo de crear otros
distintos.

Gracias por hacerme el
honor de ser mi esposa. Por todo, te quedo eternamente agradecido.

Quiero que sepas que
siempre que me necesites estaré contigo. Te querré siempre.
Tu marido y mejor
amigo,
GERRY

Posdata:
te prometí una lista, de modo que aquí la tienes. Los sobres adjuntos deben
abrirse exactamente cuando corresponda y deben ser obedecidos. Y recuerda, te
estaré vigilando, así que sabré...

Holly se vino abajo, abatida por la tristeza. Sin
embargo, al mismo tiempo se sintió aliviada, pues en cierto modo Gerry seguiría
a su lado durante un poco más de tiempo. Fue pasando los pequeños sobres
blancos y ordenándolos por meses. Ahora se encontraba en el de abril. Se había
saltado el de marzo, v decidió abrirlo el primero. Dentro había una tarjeta
escrita con letra de Gerrv. Rezaba así:

¡Ahórrate
los golpes y compra una lámpara para la mesita de noche! Posdata: te amo...
¡El llanto se convirtió en risa al constatar que
Gerry había vuelto!

Leyó y releyó la carta una y otra vez, como si
intentara hacerle regresar de nuevo a su vida. Finalmente, cuando las lágrimas
ya no le dejaron ver las palabras, contempló el mar. El mar siempre le había
resultado muy relajante, e incluso de niña corría a cruzar el paseo hasta la
playa cuando se disgustaba por lo que fuera y necesitaba pensar. Sus padres
sabían que si la echaban de menos en casa la encontrarían junto a la orilla del
mar.
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Mensaje  Invitado Miér Dic 10, 2008 3:12 pm

COMPRATE UNA VIDA FOGOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! JAJAJAJA

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Mensaje  Invitado Miér Dic 10, 2008 3:13 pm

UNA JODITA SOLO QUE ME RESULTO GRACIOSO Very Happy

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Mensaje  Clyne Mar Dic 16, 2008 2:32 am

nuuuu no le hagas caso a blast >=/!!!


blazy malooo -0-!!!!!!!

si no lo lees, ovio k ni sabes k es XD

amos fogoooooooo x el capitulo x6 T0T!!

suspenso... x3!!


/< l _i''! A leer =) Posdata: te amo 946548 A leer =) Posdata: te amo 946548 A leer =) Posdata: te amo 946548 A leer =) Posdata: te amo 116178 A leer =) Posdata: te amo 116178 A leer =) Posdata: te amo 116178 A leer =) Posdata: te amo 946548 A leer =) Posdata: te amo 946548 A leer =) Posdata: te amo 946548
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